11 febrero 2009

El rey

La vida me trajo a Barranquilla. Es una ciudad industrial sin ninguna belleza, pero como me decía un cachaco (los cachacos son los de Bogotá -los que no tienen playa- y en broma se les dice a los que no saben bailar, es decir los bogotanos) es una ciudad que la única belleza que tiene es su gente. Lo que suele decirse de las ciudades que no tienen nada. Me sorprende que en época de carnaval todos están dispuestos a hablar. Anoche me fui a una casa donde ensayaban las treinta reinas de los barrios marginales. Una era más linda que la otra. Hablé durante horas con Laura, una enfermera mulata de diecinueve años que lo único que deseaba en su vida era bailar el mapalé ("es la vida", dijo), una danza africana imposible de bailar para cualquier otra persona que no se mueve así ni tenga un concepto del movimiento desde los seis meses de vida como los colombianos. Le dije que era una danza ideal por si tenías contracturas (como las mías) en la espalda porque literalmente movés cada hueso de la columna y tiene algunos rasgos de las danzas brasileñas que cualquier argentino vio en las playas de Brasil. Laura tiene un amigo en la Argentina que conoció por internet. Su amigo es stripper ("una ricura", me dijo). Mientras estábamos sentados a un costado de la casa, se acercó otra de las treinta reinas y me preguntó de dónde era. Cuando se alejó, Laura me dijo que no la soportaba porque era una envidiosa. Pensé que todas se llevaban bien, le dije y ella abrió los ojos, me dijo que eran todas envidiosas: "somos mujeres, somos reinas, no podía ser de otra manera". Después sacó una musculosa amarilla de su bolso y me dijo que debía ior a cambiarse porque ya iba a empezar el ensayo. Me quedé a verlas. Randy, el coreógrafo había armado una coreografía que acentuaba los rasgos de las danzas africanas y por eso el mapalé era fundamental. Ni bien empezaron, se cortó la luz de todo el barrio. Siguieron a oscuras. Luego Randy y un grupo de bailarines practicaron unas acrobacias. La única iluminación era la luna llena al fondo. Cuando me fui en taxi, pregunté dónde podía cenar y me indicaron una zona gastronómica. Cuando llegué encontré la camioneta de la reina del carnaval (hay reinas populares, que son reinas de los barrios más carenciados y una reina del carnaval que es una chica de la elite barranquillera y para llegar a ser reina la familia debe invertir cerca de trescientos millones de pesos colombianos, que son algo así como ciento cincuenta mil dólares. Una locura.) Mariana, la reina de este año, invirtió esa suma y, según dicen, fue el mayor espectáculo que alguna vez se haya visto en la historia de Barranquilla. 150 personas en escena y todo eso. Cuando me acerco a saludarla, primero saludo a su edecán (tiene custodia policial) de nombre Iván y me cuenta algo de la intimidad de la reina. Es una chica muy bonita que se acerca con su vestido brilloso y me saluda. Mientras habla y la miro me doy cuenta de que cualquiera de las treinta reinas populares que están en esa casa sin luz, ensayando hasta las once de la noche es mucho más linda y bailan mucho mejor que esta chica rica. Pero, según me dicen, el pueblo no querría jamás una chica popular. Quieren a una chica de piel blanca. Quieren enloquecer por esa chica de la elite que durante un año recorre el mundo siendo la imagen de este carnaval.

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