29 septiembre 2008

La familia, los rockeros y la pareja en separación

Lunes a la noche, ceno solo en Rondinella. No es como en el diario íntimo de Bioy Casares que dice "cena en casa Borges". Yo ceno solo. O más bien acompañado por las mesas que me rodean. Los escucho atentos, aunque ellos no lo sepan, aunque al mirar hacia mi mesa vean a un pibe ensimismado en sus papeles y en un libro que de vez en cuando cierra para servirse un vaso de soda. Mesa uno, al costado izquierdo. En la misma que estaban las tres chicas sex and the city de la semana anterior, ahora hay una pareja (14 años juntos), pinta bajón. Él, camisa blanca (acaba de llegar del trabajo), saco gris oscuro en el respaldo de la silla de al lado, se acerca para escucharla a la mujer que llora y que le dice que él no es feliz porque no se compromete con nada. Nunca se comprometió y todo en su vida fue siempre superficial: con los amigos, con el trabajo, incluso con los deportes y con ella misma, "estuvimos catorce años equivocados", le tira la mina que parece tener razón porque el tipo ni se inmuta. Y, como si se despertara recién diez minutos después de que la mina esté llorando, el sujeto empieza a discutir con ella porque dice que él sí se compromete, él sí quería que las cosas mejoraran. Se acercan. Hablan más despacio; Chiche, el mozo que es un calco del uruguayo Jaime Roos, le trae a él un café y aunque los interrumpe ellos no dejan de discutir y en un momento el hombre lanza: "lo único que te digo es que tengas cuidado con las nenas". Me pregunto si así volverán a la casa, si seguirán juntos, si arreglarán las cosas en la vereda antes de entrar al edificio. Piden la cuenta, la traen, pagan y se van. Mesa dos, adelante. Una familia aguarda que lleguen el hermano y el amigo. Acaba de llegar Padre. Antes estaban Madre, el hermano Menor (menos de veinticinco), Rosario y el novio, que están por casarse y están buscando departamento (hoy vieron uno precioso en Palermo, bien cerca del zoo pero Rosario duda porque le dijeron que en verano hay olor; a qué nivel, pregunta, pero el hermano menor le dice que hay olor pero te acostumbrás, que no es lo mismo que vivir junto a un basural). Y no, indudable. Entonces llega Padre, que se quita el saco y lo cuelga en el respaldo de la silla. Camisa blanca, pinta de buena onda, empieza a pedir una provoleta y le pregunta a los chicos cómo les fue en la búsqueda de departamento. El novio, no sé si el apodo es Chapa o Chagas, porque el hermano menor no modula, dice que les fue bárbaro y cuenta todo lo que Rosario contó antes. Salvo por los detalles en las paredes y la disposición de los ambientes. Chagas (me gusta el apodo y pienso en ponérselo a alguno de mis personajes: Chagas) habla de guita. Padre dice que cuando se decidan (no hay que apurarse, siempre hay alguien que necesita la guita al toque y se puede empezar a negociar, dice) le dejan la negociación. Padre tiene una inmobiliaria. Seguro. Rosario atiende su celular y es su amiga Omi, que le pregunta cómo está. Resulta que Ro, como le decimos los que le tenemos confianza, estaba mal de salud, una estupidez, pero tenía que terminar de hacerse estudios. Después le cuenta a Omi todos los detalles de cada uno de los cinco departamentos que vio durante el fin de semana y le dice que a Canadá. Pienso en la coincidencia porque yo también viajo pasado mañana a Canadá. No creo que viaje con ella como acompañante de asiento ya que siempre me toca con una vieja con olor a naftalina, una gorda insoportable o un tipo con su mujer, siempre arriba de los sesenta, que me pelea por la posición estratégica del codo en el apoyabrazos. Al rato llega el hermano mayor (que pidió por teléfono un cerdo a la naranja para sorpresa de todos) con la novia. O no, es un amigo, algo así como un híbrido entre Jagger y Richard Ashcroft. Sacón largo, estrecho en la cintura, pelo largo. Se me ocurre que los hermanos de Rosario + el amigo Jaggshcroft forman una banda de brit pop de cabotaje o algo similar a los Kings of Lion o tal vez son una imitación from Balvanera de los Jonas Brothers. Llegan las dos ensaladas verdes, el pollo a la parrilla para Ro, los bifes de chorizo para los demás. Comen. Al hermano menor le gustó la última película de Adam Sandler. Hermano mayor no lo escucha, pero cuando Hermano mayor habla, el menor dice qué quién cuándo y el padre, que está en el medio de los dos, le dice: boludo, cada vez que te hablo no me das ni cinco de pelota y cuando este dice una pelotudez te morís por saber qué pasa. El padre es buena onda y lo dice así. Me acuerdo cada línea. Más adelante, una mesa de amigos dicen que pusieron un aviso buscando a un rugbier diseñador gráfico. Se ríen. Deben ser diseñadores porque saben que esa combinación es medio difícil. Al volver a casa, llueve. En la cuadra de mi edificio estaciona un auto y bajan dos hombres. Policias de civil porque se les escuchan las radios cambio y fuera. Miran hacia los techos de la casa abandonada que está junto a la mía. Donde por las noches los gatos pelean contra fantasmas.

22 septiembre 2008

metro cuadrado

Domingo, cuatro de la tarde. Termino de ver el partido de Nalbandian en la casa paterna y acaba de empezar el quinto punto definitorio, pero prefiero irme, caminar un rato, pensar más de lo que se recomienda. Mala decisión la de caminar un rato porque elijo llegar hasta el Museo de Bellas Artes sin tener en cuenta que es domingo, y que es 21 de septiembre, y que la feria de Plaza Francia es un cuello de botella insoportable, con adolescentes que se abrazan y se besan y se pasan temas de celular a celular y cantan canciones de amor con guitarras criollas y bufandas estilo Arafat en el cuello. Basta. Empiezo a caminar más rápido y llego hasta el Museo de Arte Decorativo, ingreso por el estacionamiento, donde están las mesas de un cafecito muy simpático. Pero no me siento. Me dan alergia las viejas pitucas. Llego hasta el Museo Evita. Alguna vez me habían dicho que el restaurant era muy bueno así que me quedo en el patio, tranquilo, poca gente, sin música, tranquilidad para poder leer un buen libro. Me ubico junto a dos chicas, una más grande que la otra. Una, la más grande, es mexicana. No sé si es dueña de un hotel o canta en algunos hoteles porque habla de la vez que cantó en uno de Playa del Carmen. Pienso que si es la dueña puede hacer lo que quiera, total el hotel es de ella. Debe tener plata. Se mantiene bien, incluso se hizo un par de lipoaspiraciones y va al gimnasio tres veces por semana. Se nota. En cuanto me siento le pregunta a su amiga (son amigas, sin duda, o primas, no sé, o tal vez ella, dueña de un hotel, la tiene como gerenta de relaciones públicas a la chica argentina, poco más o menos treinta años, anteojos negros, no parece linda pero tampoco es horrible, al menos tiene un toque de onda) cómo puede ser que las Aleph Residences de Faena puedan costar seis mil dólares el metro cuadrado.
- Hijo de una reverenda chingada - dice la mexicana, que no puede creer cómo son tan caras. Yo también leí esa mañana la nota en el diario: seis mil dólares el metro cuadrado. Hijo de la chingada. Me gusta esa expresión. La mexicana dice que un departamento en Nueva York, en plena Quinta Avenida, cuesta siete mil dólares el metro cuadrado. Me gustaría agradecerle el dato: siempre quise saber cuánto costaba un dos ambientes en NY. Me gustaría contarle que yo viví dos años arriba de la Quinta Avenida, pero la pendeja argentina le diría, sonriendo, que esa es una galeria que está muy cerca de Retiro. Igual no le digo nada y sigo escuchando, mientras la mexicana comenta sobre las medialunas que acabo de pedirme. Incluso antes de pedir la cuenta se piden un par de cafés americanos, ella, la mexicana, la hija de la chingada, se pide una medialuna sólo para probar, porque la tenté. La mexicana después cuenta sobre su departamento ubicado en la zona más cara del DF: cuesta doscientos cincuenta mil dólares. Y encima quiere comprar otro en Buenos Aires, pero antes quiere ver dónde invertir. Entonces pienso que la argentina, arquitecta de más o menos treinta años, es su asesora en asuntos inmobiliarios. También hablan de Víctor, el novio de la mexicana que trabaja demasiado y va de un lado a otro del DF a Cancún, y vuelve a verla por el fin de semana, incluso la semana que viene estará en Buenos Aires porque la extraña. La argentina le cuenta de un biólogo que conoció hace un par de noches en una fiesta. El biólogo le empezó a hablar de la evolución del ser humano y la argentina, arquitecta, le quiso cambiar de tema. No pudo. Pero le divirtió cómo el biólogo le fundamentaba sus teorías, así que por ahora se olvida del pibe con el que está saliendo, que al final no se decide si avanza o no, pero que el lunes, cuando cenaron con la mexicana (deben ser primas, capaz), el pibe de la argentina estuvo de lo más bien. Tal vez pensaba en las vacaciones que podría tomarse en el departamento de la hija de la chingada de tres mil dólares el metro cuadrado. Se me ocurre. Mi gira sigue hoy lunes, en Rondinella (espero que conozcan esta cantina de Alvarez Thomas y Dorrego, ya me siento Vidal Buzzi) y ocupo la mesa junto a un grupo de tres mujeres (las tres casadas, efervescencia sex and the city), que arañan los cuarenta. Una se queja porque a la suegra le llegó un primo de Estados Unidos y le regaló veinte mil dólares para que se mude a un departamento más grande.
- Lo tuyo es envidia - le dijo la guacha que tenía enfrente.
- No, lo mío es bronca.
- Ni siquiera es bronca. - le dijo la tercera- Lo tuyo es odio.
Y el marido que le quiere pedir prestados siete mil dólares a la madre para cambiar los muebles de la casa.
- Yo ni pienso gastar plata en cambiar muebles - le respondió ella.
Parece que el marido se le ofendió.
No sé. Mientras las bolsas del mundo se derrumban y los chinos están a punto de comprar todos los bancos estadounidenses, paso las páginas de mi libro. Sigo en Chacarita. En un dos ambientes (de mucho menos de seis mil dólares el metro cuadrado) y le enciendo velas a Mao, a Yuya y a la planta ya muerta que me regaló Aquiles.

02 septiembre 2008

La planta


Cuando llegué a mi habitación me senté frente a la máquina de escribir y empecé a tirar líneas. Cualquier cosa. Se me ocurrió la historia de una parejita que duerme en un rancho en medio de La Pampa. Se escapan de alguien. O alguien los persigue. Mientras hacía escritura automática y ensayaba estéticas que iban de Tarantino a Lynch giraba la cabeza y veía la planta de marihuana que me había regalado Aquiles hacía dos semanas frente a las vías del tren blanco. No sobrevivió a los días nublados. Las hojitas verdes y chamuscadas me daban tristeza. Tenés que tener cuidado porque son frágiles, me dijo Aquiles que no es ni dealer ni amigo sino jardinero y además buena onda. Que había plantado veinte semillas y habían despuntado todas, explicó. Así que ahora se dedicaba a regalar plantas en vasitos de plástico. El mío era (o es porque todavía lo tengo) amarillo. Miro la planta y la extraño. Pienso en hacerle el amor. En besarla, pero no sé si con eso se despertará, si podrá resucitar. En la ventana de esta habitación no recibe sol sino humo de la cantina, y los maullidos desesperados de un gato que no me deja dormir a la noche.

Entonces escribo. Una pareja en una habitación. Son perseguidos y tienen una plantita de marihuana que se les muere. Pienso en sexo, drogas y cumbia villera, pero me sale cualquier cosa. Es difícil el límite, le digo a Iván cuando me lo cruzo en un recital de Bicicletas. Cosas que se pasan de trash, le digo pero él, remera con letras flúo, me dice que no me preocupe: vos trasheá, tirá puntas, después nos juntamos y reciclamos en el diálogo, a lo manliba.