20 febrero 2009

Franz

Terminé de comer y lavé los platos, la cacerola, lavé también la bacha y el piso de la cocina, pensé en sentarme en el comedor (todo es el comedor) y seguir con la lectura de los libros para terminar el trabajo, por eso llegué hasta el baño y me lavé bien las manos con jabón, obsesivamente, sentí calor y pensé en darme una ducha y de repente veo de reojo una mancha animada que me observa desde la pared blanca, impecable, entre el enjuague bucal (Colgate Plax, con fluor) y la crema Hinds (regeneradora), entre las cajas de dentífrico vacías y el hilo dental; la mancha me observa como había imaginado que miraba todo, testigo privilegiado, en uno de los comienzos desechados de Trash. Me doy cuenta de que es una cucaracha. Ni siquiera muy grande. Una de esas cucarachas amigables que no hacen nada. Que son cobardes. Que no se enfrentan con nadie. Incluso vuelven a su madriguera a dormir porque mañana será otro día y la imagino entre cientos de otras cucarachas amigables, chiquitas, incluso simpáticas, de esas que despiertan cierto afecto y pienso en dejarla ir como algunas otras que pude ver de lejos y seguí con mis cosas, pero esta vez algo me afectó. Quizás el que estuviera cerca del jabón blanco. Quizás fuera eso. Me quité una de mis ojotas y la aplasté. Pero era tan chica que terminaba siendo inmune a mi ojota. La cucaracha empezó a correr. Cada cinco centímetros se detenía como en gesto de burla y otra vez esquivaba el ojotazo, uno, dos, tres, cuatro esquivadas y a la quinta se escondió entre los recipientes de enjuague bucal y crema Hinds; los empecé a quitar y la cucaracha como que sobraba y no me gustó que hiciera eso, es cierto que tal vez debería haberla dejado vivir, de algún modo tiene su mérito haber sobrevivido a los desastres nucleares y a la extinción enigmática de los dinosaurios y de todas esas cosas que leía cuando era chico y sacaba de las Conozca Más. Pero esta vez no podía dejarla irse a descansar con las demás. Intenté aplastarla otra vez, pero cada vez corría más rápido, tenía más reflejos y hasta escuché a lo lejos un pito catalán que me sacó de quicio, y al arremeter ya con violencia la cucaracha dio un salto y llegó hasta el resumidero para perderse en la oscuridad. Mañana voy a bautizarla: se llamará Franz.

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