Anoche terminamos tarde y como ocurre casi siempre los días de cierre largo, fuimos a cenar con los que quedamos últimos. Los de siempre. Fuimos a un restaurant español de Moreno y San José, porque se podía fumar, pedimos jamón crudo, unas gambas, una tortilla a la española, después y cazuela de mariscos. Al final hubo discusión si habíamos tomado tres, cuatro o cinco botellas de vino. Creo que fueron cuatro, nos cobraron tres y parecieron cinco, pero nunca te cobran de menos. Siempre es de más. Hablamos de Bolivia, de la situación en Bolivia y cada uno recordó sus viajes a Potosí, por el salar o por el Lago Titicaca. No sé quién dijo que le sorprendió la cantidad de iglesias evangelistas que había y empezamos a hablar de las religiones carismáticas, del gospel y terminamos entre las respuestas que puede darte la ciencia y las que pueden darte las religiones. Llega un punto en que la ciencia también es una cuestión de Fe. No sé cómo después pasamos a desentrañar la Revolución Rusa y la manera en que los alemanes escapaban del Ejército Rojo en Stalingrado. Creo que el disparador fue alguna película, como siempre, o la estadía de alguno en la mesa como corresponsal de Tass, la agencia de noticias soviética, en Berlín. También hablamos de la fisonomía de los rusos y de la capacidad para beber vodka (o cualquier cosa) que tienen. De Rusia, pasamos a la Segunda Guerra; de Hitler pasamos a Perón y la noche nos encontró en la vereda del restaurant ya con las cortinas bajas, intentando entender el peronismo. No llegamos a nada
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