El sábado, después de la mesa sobre reseña, crítica académica y pensamiento crítico en los medios que organizó Fogwill nos fuimos con Zambra, Capelli, Libertella y su novia, Mattoni y los cordobeses Schilling y Lo Presti a un restaurant medio turbio de Perón y Montevideo. Armamos una mesa en el primer piso (donde se puede fumar) al fondo, rodeados de viejos discos de pasta. Viejas glorias. Al rato llegó Mairal y pedimos la comida. Teníamos que llamar al mozo apretando un timbre en lo alto. Pedimos cervezas en jarra. Algunos pidieron revuelto gramajo y yo ñoquis al fileto sin queso. Hablamos de Aira. Mucho. Mattoni, que lo conoce bien, contó las anécdotas de Aira y Carrera en Pringles. Hablamos de sus libros. De El Llanto. De Embalse. De Los misterios de Rosario y de los personajes como Giordano, que aparecen en esos libros delirantes. Mattoni dice que una vez, Aira acompañó a Carrera al viaje de egresados en Bariloche y se pasó los días que duró el viaje encerrado en una habitación, rodeado de libros, escribiendo. Dije que muchas veces me detengo a pensar cómo sería una biografía de César Aira y siempre llego a la conclusión de que sería el libro más aburrido de la historia.
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